miércoles, 26 de octubre de 2016

Polvo eres...


Lentamente se acerca el mes de noviembre. En esta época del año se acortan los días y en el país donde vivo la niebla, la falta de luz y los primeros fríos hacen especialmente triste el otoño. No es casualidad que sea en estas fechas cuando recordamos a nuestros difuntos y dedicamos más de un pensamiento a nuestra condición mortal. "Somos polvo de estrellas”, que decía Carl Sagan, y será en el momento de nuestra muerte cuando el material que se organizó de manera extraordinaria para conformar nuestro cuerpo, inicie el proceso de desorganización para quizás formar parte de otros seres o, simplemente, deambular hasta el final de los tiempos disueltos en el agua de los ríos y del mar. Me gusta pensar que algo de ese material se elevará con los vientos y viajará hasta esos lugares que ni soñando pudimos visitar en esta vida, y que otra fracción de nosotros será absorbida por las raíces de algunas plantas para acabar formando parte de sus maravillosos y coloridos pétalos.


Disfruto reflexionando sobre esta realidad cósmica que considero bellísima. Piénsalo un momento. Los elementos fundamentales que conforman tu cuerpo (carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, fósforo y azufre) se originaron durante el Big Bang (hidrógeno) o en el interior de las estrellas mediante reacciones termonucleares de fusión, y se esparcieron por el universo tras la explosión de las mismas. Somos polvo de estrellas. Debemos nuestra vida a la muerte de esos cuerpos celestes. Esos elementos se organizaron en moléculas y macromoléculas para, de una manera todavía desconocida por la ciencia, ser capaces de formar estructuras replicativas dando lugar a la vida. 


Fiel a esta idea, tenía pensado para cuando se acaben mis días, el disponer que mis cenizas se esparcieran en el mar Mediterráneo, frente a la casa que me vio crecer. Hoy me encuentro con la noticia de que la Iglesia va a prohibir esta práctica, y que no celebrará funerales para aquellos difuntos que deseen devolver sus restos a la naturaleza (Instrucción Ad resurgendum cum Christo. Acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación). La Iglesia nos recuerda que “polvo eres y en polvo te convertirás”, pero nos prohíbe que podamos disponer libremente de nuestros últimos restos, de ese polvo. No se contenta la institución con reglar nuestra vida (sobre todo la sexual) y nuestra manera de pensar (filosofía, ética), ahora también nos va a imponer el cómo debamos descansar después de nuestro fallecimiento y si no lo hacemos como ella determina, a modo de castigo, nos privará a nosotros y a nuestros familiares de los ritos funerarios cristianos tradicionales. Y esto lo hace “para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista”, es decir, para protegernos de otras maneras de pensar, postura típica de una organización que detesta la libertad de pensamiento de sus miembros.

¿Pero es que no acepta la Iglesia que el origen de los elementos que nos conforma, antes de ser incorporados como parte de nuestro cuerpo mediante la alimentación y el crecimiento, formaban parte de la naturaleza a la que tarde o temprano volverán? ¿Es pensar así contrario a la fe? ¿Es malo ese pensamiento naturalista?

Un anacronismo absolutamente innecesario. Me dirán algunos “¿qué te importa esto a tí ahora, si ya no crees en la existencia de Dios?” Pues pienso que mi vida se ha desarrollado conforme a una educación católica, vivo en una Europa con profundas raíces cristianas y me gustaría seguir formando parte de esa tradición. Por otra parte, me entristece el distanciamiento con los miembros de mi familia que son creyentes y que, creo, se acelera por este tipo de noticias. Las prohibiciones y mandatos de esta naturaleza sólo hacen alejarnos más de una institución que parece bregar en sentido contrario y cada vez más rápido a lo que dicta la razón y el sentido común.

Sin duda, un anacronismo más.







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