jueves, 24 de marzo de 2016

Semana Santa

Hace mucho tiempo que no escribo. Las obligaciones y las preocupaciones por la situación familiar, económica, emocional y el nuevo rumbo que está tomando mi vida no me han proporcionado la tranquilidad suficiente para dedicarme a otras cosas. Pero si he de ser sincero, tampoco me apetecía. Espero en verdad, como escribió Machado y cantó Serrat, que todo pase y todo quede y que lo nuestro sea pasar.

Cuando al final de la jornada reposo en mi ahora solitaria y desangelada cama, antes de cerrar los ojos, los fijo en la oscuridad que me envuelve y me concentro en escuchar el sonido de una soledad que se me parece absoluta. Tú: ¡es automático! Se activan entonces, como por un resorte, los recuerdos de mi infancia. Supongo que me convierto entonces en el niño que fui y que sigo siendo, y busco de manera inconsciente la protección de esa maravillosa familia que me crió. Me veo en brazos de mi padre en una noche del final de los sesenta, quien frente a la persiana entreabierta y que dejaba entrar la luz de las farolas, tatareaba el tema principal de Doctor Zhivago esperando a que me durmiera. Es el recuerdo más antiguo que tengo. Luego correteo por la Calle Mayor con mis amigos en dirección a la Catedral y me llegan los olores a lápices de la papelería Estruch. Me recuerdo, aunque no me correspondía, recogiendo la chocolatina y el pan que daban en el Colegio Santo Domingo a los internos para merendar, y mi cerebro evoca una y otra vez el olor del comedor y las cocinas donde horas antes nos habíamos metido entre pecho y espalda ese filete más duro que la suela de un zapato. Recuerdo el volver a casa y a mi madre, atareada con compras, coladas, comidas, meriendas y cenas. Y a esas pequeñas que correteaban todo el día por los pasillos y que más de una vez confundían el bidé con la taza del váter.  

En estos días de Semana Santa, recuerdo los cantos de la Pasión, a mi padre buscando sillas donde colocar a toda esa tropa para ver las procesiones y las bolsas llenas de caramelos. Recuerdo a la Diablesa del Sábado Santo, el único paso que no puede entra en una Iglesia por representar mediante una figura andrógina, con las tetas al aire y alas en la espalda, al único demonio que procesiona en la Semana Santa española y que a mí me fascinaba por terrorífico.Recuerdo el chocolate hecho al llegar a casa después de la Procesión del Silencio, en la que más de una vez pude descubrir a mi padre vistiendo hábito negro, cíngulo e insignia pectoral entre faroles, cruces y tambores.



En fín, supongo que me estoy haciendo viejo.