miércoles, 28 de octubre de 2015

Ambigüedad sinodal


El espectáculo dantesco que nos han ofrecido los príncipes de la Iglesia en las últimas semanas con manipulaciones, filtraciones de cartas contra el Papa, quejas y divisiones, declaraciones y acusaciones no ha terminado todavía. La redacción final de la Relatio del sínodo, en la que cada uno de sus puntos ha sido cuidadosamente votado, ha dejado con mal sabor de boca tanto al sector progresista como al conservador, debido a la ambigüedad que rezuma todo el documento. No ha habido ni vencedores ni vencidos o, si se quiere, todos han sido ganadores, porque las conclusiones a las que han llegado se pueden interpretar a gusto de todos.
Publico unos extractos de los puntos 84, 85 y 86 que tratan sobre los divorciados vueltos a casar. 
Su participación puede expresarse en diversos servicios eclesiales: es necesario por ello discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas. Ellos no están y no deben sentirse excomulgados, y pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia.
Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. En efecto, hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio canónicamente válido. Es entonces tarea de los presbíteros acompañar a las personas interesadas en el camino del discernimiento según la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo. En este proceso será útil hacer un examen de conciencia, a través de momentos de reflexión y arrepentimiento. Además, no se pueden negar que en algunas circunstancias “la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas” (CCC, 1735) a causa de diversos condicionamientos. Como consecuencia, el juicio sobre una situación objetiva no debe llevar a un juicio sobre la “imputabilidad subjetiva”. En determinadas circunstancias las personas encuentran grandes dificultades para actuar de modo distinto. Por ello, mientras se sostiene una norma general, es necesario reconocer que la responsabilidad respecto a determinadas acciones o decisiones no es la misma en todos los casos. El discernimiento pastoral, teniendo en cuenta la conciencia rectamente formada por las personas, debe hacerse cargo de estas situaciones. También las consecuencias de los actos realizados no son necesariamente las mismas en todos los casos.
El recorrido de acompañamiento y discernimiento orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios. El coloquio con el sacerdote, en el fuero interno, concurre con la formación de un juicio correcto sobre lo que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer.

Si se analizan bien las conclusiones, en ningún momento se da vía libre a que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar, pero tampoco dicen lo contrario. Es más, se habla de discernimiento, de que cada caso es distinto y que los pastores y Obispos deben acompañar a cada persona en su situación particular.

Caos.

Caos, porque cada uno ha empezado a interpretar lo que le apetece y sigue barriendo para su casa. ¿Para qué era necesario entonces un sínodo si al final nadie se aclara? 

La Iglesia ha utilizado una vez más un lenguaje ambiguo para contentar a todos y evitar así la situación de cisma que se respira desde hace tiempo, por ejemplo, entre la Iglesia de Alemania y la de Roma. Los medios religiosos conservadores, como Infocatólica, y que se han dedicado a tachar de herejes y malvados a los cardenales y obispos que defendían el aperturismo en la doctrina, siguen pidiendo una purga para expulsar a los que no piensan como ellos. Y los medios más progresistas, como Religión digital, ven en el resultado del sínodo un claro avance de apertura y cierran filas en torno al Papa Francisco.

El sínodo no ha aclarado nada porque los fieles y sacerdotes de a pie seguirán confundidos al no saber si la interpretación del texto permite, tras el discernimiento adecuado, el que una persona divorciada y, por ejemplo, injustamente abandonada y vuelta a casar, pueda acercarse tranquilamente a recibir la comunión.

Creo que la Iglesia con su actitud ambigua ha sido cobarde y, por miedo, no ha querido pronunciarse ni en un sentido ni en otro. Pero también se demuestra que la normativa religiosa es fruto del consenso de sus dirigentes, y que votar la doctrina, aceptarla e imponerla por mayoría no es algo que vaya a funcionar en el siglo XXI. ¿Por qué tengo que someter mi conciencia a la ideología de un determinado grupo?

Esto es lo único que, desde mi punto de vista, ha dejado claro el sínodo y corrobora lo que está siendo noticia desde hace unos años: el que la Iglesia ha perdido credibilidad y sus fieles empiezan a abandonarla. 

¿Cómo no va a ser así si ni siquiera los que la dirigen se aclaran entre ellos? 

Las famosas imágenes del cardenal Cañizares vistiendo pomposamente (aunque sea verso suelto) ejemplifican el anacronismo en el que se encuentra la Iglesia católica, y permite entender mejor el rechazo que provoca una institución que impone a sus fieles cargas o las alivia según sea el balance de fuerza entre los sectores ideológicos que la componen. 




Actualización: Y sigue el lío, con declaraciones de cardenales y reacciones en contra en la que algunos se plantean si pueden seguir en la misma Iglesia con los que piensan de distinta manera a como lo hacen ellos.




martes, 6 de octubre de 2015

Andrea



Estos días está siendo noticia el triste caso de Andrea, una niña con una enfermedad degenerativa mortal y que, según parece, se encuentra en estado terminal. La decisión de los padres de suspender la alimentación artificial y proceder a una sedación que la ayude a paliar dolores en su final ha sido vista como un alegato a favor de la eutanasia e incluso asesinato por algunos sectores religiosos.

Según una nota emitida hace algún tiempo por la Congregación para la Doctrina de la Fe, no es moralmente lícito retirar la alimentación asistida a un enfermo que se encuentre en estado vegetativo, ya que de ese modo se evita el sufrimiento y la muerte derivados de la inanición y la deshidratación.

Dejando de lado que la sedación evitaría el sufrimiento por inanición y deshidratación, pasan por alto los que se han metido hasta las cejas en el debate, que no es lo mismo un enfermo terminal que uno en estado vegetativo. De hecho, es práctica común dejar de suministrar alimento de manera artificial (o no hacerlo desde el principio) y sedar a personas ancianas que se encuentran en estado agónico. 

A diferencia con otros casos, este no es el de una persona que está en coma y que podría seguir viviendo si se le alimentara e hidratara. Este parece ser el caso de una enfermedad mortal en estado terminal.

Pero incluso en el caso de enfermos en estado vegetativo, la Iglesia permite la desconexión de aparatos que aseguran funciones fisiológicas fundamentales y que han dejado de actuar de manera autónoma. Entonces, ¿por qué hace esa distinción con la alimentación con un enfermo que, además, se encuentra en estado terminal? El problema para los moralistas reside en calificar el tratamiento como ordinario o extraordinario, proporcionado o desproporcionado. Mantener a una persona unida a una máquina de ventilación se considera un tratamiento extraordinario, mientras que el uso de una sonda nasogástrica sería visto como un tratamiento ordinario. 

Si no se suministra oxígeno al enfermo que no puede respirar por sí mismo morirá asfixiado, y si no se procura alimento al enfermo que no puede procesarlo por sí mismo (masticar e ingerir) morirá de inanición. ¿No son los dos tratamientos igual de importantes? ¿En qué nos podríamos basar para calificar a uno de extraordinario y al otro de ordinario, a uno de proporcionado y al otro de exagerado? ¿Cuál es pues la diferencia moral? Que me la explique alguien porque yo no la veo. 

A un anciano en agonía se le puede retirar la sonda gástrica (o no implantársela desde un principio) y suministrarle una sedación porque alimentarle artificialmente no va a mejorar su condición. Y con esta pobre chica, que se encuentra probablemente en la misma situación de agonía, ¿no se pude actuar de la misma manera? Creo que si los padres hubieran decidido no permitir la implantación de la sonda cuando la niña ingresó, no se habría producido tanto revuelo mediático. 

La situación terminal no la produce la retirada de la sonda. La muerte está asegurada por enfermedad o vejez. La retirada de la sonda acelera evidentemente un proceso irreversible que estaba en marcha, pero no es la causa directa del proceso que desembocará en la muerte. Con la sonda se la mantiene viva el tiempo que tarde la enfermedad en provocar el final, al igual que lo haría una máquina de respiración. Al retirar cualquiera de las dos, sólo se está permitiendo que un proceso natural irreversible llegue a su término.

No entiendo la lógica moral que permite desconectar una y no la otra.

Creo que mantener a toda costa a una persona "enganchada" a la vida por el método que sea cuando no hay esperanzas de curación o recuperación no tiene por qué ser la opción moral correcta y adecuada. En el caso de una enfermedad irreversible, mortal y causante de sufrimiento, existe una diferencia fundamental entre procurar directamente la muerte del paciente y dejar que la enfermedad siga su curso natural, sin alargar innecesariamente esa fase terminal.

Pienso ahora en la pobre niña y espero que pronto encuentre la paz sin sufrimiento.