miércoles, 5 de noviembre de 2014

Consideraciones sobre el Big Bang: ¿inicio o continuación?


Hace unos días el Papa declaró en el acto de inauguración de un busto de su predecesor en la Academia Pontificia de las Ciencia que:
El Big Bang no contradice a Dios, sino que lo exige”.
Francisco se alineó con el pensamiento de Benedicto XVI cuando este último, en clara alusión a  científicos como Stephen Hawking, expuso hace unos años:
"El universo no es resultado del azar, como algunos quieren hacernos creer" 
"No debemos dejarnos limitar la mente con teorías que siempre llegan sólo hasta cierto punto y que, si nos fijamos bien, no están en competencia con la fe, pero no pueden explicar el sentido último de la realidad".
Hace también unos días conversé con una persona muy cercana sobre la existencia de Dios. Intenté hacerle ver que la idea de Dios o de la existencia del mundo sobrenatural no ha sido demostrada por ninguna religión -ni por nadie- hasta el día de hoy. Le propuse que tuviera a bien el imaginar como hipótesis el que la idea de Dios fuera simplemente una invención humana y que, por tanto, muchas personas hubieran dedicado su vida muy seriamente, pero de manera quizás inútil, a una idea sin fundamento en la realidad (excluyendo claro está el bien realizado por la obra social de la Iglesia).

Tras analizar de manera sucinta la invalidez de los argumentos clásicos conocidos que intentan probar la existencia del Ser Supremo y cuyas refutaciones pueden encontrarse en este blog, me vi enfrentado a dos consideraciones últimas por parte de mi interlocutor/a: la convicción de que Dios existe por haberlo “sentido” personalmente y la imposibilidad por mi parte de probar su inexistencia. El primer argumento no contiene base demostrativa alguna a no ser que Dios o algún ser sobrenatural se presente ante una o más personas y el hecho pueda ser verificado de manera indudable.

La segunda consideración que me instaba a demostrar la inexistencia de Dios no puede ser tampoco tomada en serio, porque los hombres no nos dedicamos a demostrar que cien mil cosas que nos pudiéramos imaginar no existen. Ya lo explicó Russel con su tetera orbitante. El peso de la prueba recae, no podía ser de otra manera, sobre el que hace la afirmación. De no ser así deberíamos aceptar la existencia de ovnis, yetis, hadas, duendes, enanitos de los bosques y todo lo que queramos imaginar hasta que no se demostrase lo contrario. No, no es así como funciona el razonamiento humano. Yo aceptaré como cierta la existencia de hadas madrinas cuando alguien me demuestre de alguna manera o presente alguna prueba que me lleve a considerar que pudiera ser el caso. Hasta ese momento no creo que sea muy desacertado pensar el que probablemente no existan.

¿Y por qué no podemos hacer lo mismo con la idea de Dios y del mundo sobrenatural?

Luego anduvimos considerando las alternativas a que Dios no existiera. Entonces lo que existe o se ha generado de la nada o ha existido desde siempre. El argumento cosmológico de la existencia de Dios se apoya en la idea de que de la nada nada se genera y como hay algo pues tuvo que haber un Ser responsable de su creación. El fallo del argumento es que sólo considera la posibilidad de que al principio no existiera nada. Esta idea junto con la teoría del Big Bang sobre la creación de nuestro universo conduce a declaraciones como las realizadas por los últimos Papas sobre el problema del inicio. Pero ¿quién dice que el Big Bang es un inicio desde la nada? Porque si ponemos nosotros las reglas del juego y partimos de una proposición falsa entonces el silogismo no se sostiene. ¿Cómo saben los apologetas cristianos que el Universo se originó de la nada? Existe otra alternativa mucho más sencilla antes de imaginar generaciones espontáneas desde la nada o la idea de un Creador: el que la energía y la materia fueran eternas y que el Big Bang sea el proceso de comienzo de este universo desde una energía pre-existente. La idea ni es contradictoria ni en modo alguno alocada.

¿Qué es más lógico imaginar una energía eterna impersonal y que sabemos que existe porque la podemos incluso medir, o  suponer la existencia de un ser personal, inteligente y eterno del que no tenemos ninguna pista? Al fin y al cabo todo lo que vemos es materia y energía, y del mundo sobrenatural sólo sabemos de oídas y, como ya he mencionado, nadie ha podido demostrar su existencia. Lo que queda a los apologetas es inventar explicaciones de por qué no podemos demostrar la existencia del mundo sobrenatural y por qué no podamos ver al Ser cuya existencia defienden tan fehacientemente.

¿No parece extraño que la Iglesia (y otras religiones) desde hace dos mil años haya defendido la existencia de milagros, posesiones, estigmatismos, apariciones etc., como una confirmación de la existencia del mundo sobrenatural para sus fieles pero no haya podido demostrar la veracidad de ninguno de estos sucesos?

¿No creen que sí alguien hubiera probado de  manera seria la existencia de lo sobrenatural el ateísmo sería ilógico?

Por eso he propuesto muchas veces que la demostración válida de la existencia del mundo sobrenatural tendría que ser prioridad de cualquier religión antes de empezar a “vender su producto”, de la misma manera que se tiene que probar la eficacia de un medicamento o una poción mágica antes de permitir su consumo. Lo contrario no es más que un intento de manipulación de las vidas de las personas por vaya a saber usted qué razón.

Pues no hay manera. Y sepan que lo he hablado incluso con algún exorcista a quien propuse que en vez de escribir libros nos hiciera el favor de crear una comisión de investigación para corroborar todo lo que de oídas sabemos, es decir y por ejemplo, el que los posesos hablan idiomas que no conocen, que son capaces de levitar, que a través de su piel aparezcan clavos o escrituras, o que simplemente se constate que son capaces de conocer lo oculto. Porque nada de esto es cuestión de fe. Si una niña posesa, por ponerme peliculero, es capaz de levitar, eso podría ser comprobado científicamente de una manera muy sencilla.

Pero no hay manera.

Y yo me pregunto ¿por qué?, ¿tiene usted alguna idea?


Yo sí.