lunes, 30 de junio de 2014

Mi abuelo Luis


Hace cien años nació en Orihuela mi abuelo Luis. Recuerdo la casa en los Andenes, donde vivió tanto tiempo. Se encontraba enfrente de un almacén de naranjas que luego convirtieron en el depósito de ataúdes de alguna funeraria. Recuerdo el pino que un día plantó y del que estaba tan orgulloso porque era de una clase tan especial que hasta botánicos expertos venían de lejos a observarlo y tomar notas. Recuerdo una motocicleta tapada por un trapo y destilando aceite en el trastero de la casa. Recuerdo dos orzas inmensas guardadas en la misma habitación y que, en mi imaginación, albergaban a los ladrones del cuento de Alí Babá. Recuerdo el olor de los cítricos al medio día entrando por la ventana y mezclándose con el de la cola que utilizaba para reparar alguna que otra guitarra y en los trabajos de marquetería en los que empeñaba el alma. Lo recuerdo siempre con corbata. Recuerdo su sonrisa, su hablar y su mirada confusa cuando no entendía lo que decíamos debido a su sordera. Recuerdo su pasión por las almendras, el queso duro, el arroz y costra cocinado por mi abuela, y la manía de comer dientes de ajo crudos que le protegería contra todo tipo de cáncer. Recuerdo cuando dejó de fumar y me señalaba su pie dolorido aquejado de problemas circulatorios echándole la culpa a su querido vicio y aconsejándome para que hiciera lo mismo. Lo recuerdo recriminándome un verano porque me había dejado barba. Lo recuerdo, orgulloso, enseñándome las cicatrices que le dejó la guerra y otras veces triste, con la mirada fija, sentado en su mecedora y abrigado con una manta, escapándose quizás de nuevo a esos montes donde perdió a tantos compañeros y casi su vida. Lo recuerdo, al fin, sosteniendo a mi propio hijo en su regazo, satisfecho de haber vivido lo suficiente para poder disfrutar de tantos nietos y bisnietos. 



miércoles, 25 de junio de 2014

Los argumentos del ilusionista


conejo-chistera-getty.jpg
Al margen de los argumentos clásicos y de las variaciones derivadas de la metafísica escolástica, existe otro tipo de pruebas que son utilizadas con frecuencia por los apologetas modernos como argumentos probativos de la existencia de un ser superior. Una de ellas se basa en la existencia de una moral objetiva y se puede resumir de la siguiente manera:

1.   Si Dios no existe, entonces los valores objetivos no existen
2.   Los valores objetivos existen
3.   Conclusión: Dios existe

Thomas B. Warren ha desarrollado el argumento de una manera más detallada.

1.   Si se puede someter críticamente (como mal moral real) el código y/o acciones morales de una persona, entonces debe haber algún estándar objetivo (alguna “ley superior que transciende el límite y el tiempo”) que es independiente del código moral particular y que tiene un carácter obligatorio que se debe reconocer.
2.   Se puede someter críticamente (como mal moral real) el código y/o acciones morales de una persona.
3.   Por tanto, debe haber algún estándar objetivo (alguna “ley superior que transciende el límite y el tiempo”) que es independiente del código moral particular y que tiene un carácter obligatorio que se debe reconocer.
Es frecuente escuchar un razonamiento ridículo relacionado con el argumento moral y que concluye que una persona no creyente no puede afirmar la existencia de una moral objetiva porque, al hacerlo, estaría aceptando la existencia de un legislador externo a la naturaleza. Es decir, la persona atea sería por definición una persona amoral o defensor de una moral relativa. En definitiva, un monstruo.

Kant no desarrolló un argumento demostrativo sobre la existencia de Dios basado en la moralidad, sabía que no podía hacerlo, pero admitió que, de manera particular, subjetiva y práctica, el creyente debía encontrar en la existencia de un ser superior la base y razón de la ley moral. En una nota de su “Crítica del Juicio” acertadamente puntualizó que:

"Este argumento moral no debe proporcionar prueba alguna objetivamente valedera de la existencia de Dios; no debe probar, al que no tenga fe, que hay un Dios, sino que si quiere pensar moralmente con consecuencia, tiene que aceptar lo que admite esa proposición, entre las máximas de su razón práctica. Tampoco se quiere decir con esto: es necesario para la moralidad, admitir la felicidad de todos los seres racionales en el mundo conformemente a su moralidad, sino debe decirse: es necesario por ella. Así, pues, es un argumento subjetivo, suficiente para seres morales". (De la Critica del Juicio, traducción de M. Garcia Morente, Madrid: 3 ed., Espasa-Calpe 1984, 368-369, nota 1)

La prueba de la moralidad se basa en la existencia de unas normas objetivas a las que, dado su carácter general y su pertenencia al ámbito de la inteligencia y voluntad del hombre, se les atribuye un origen externo a la humanidad y a las leyes de la naturaleza. Si analizamos despacio el argumento podemos entrever la existencia de varios errores de planteamiento. En primer lugar se da por sentado que la conducta humana, la acción moral, está desligada de la naturaleza.  Es decir, se supone que el hecho de poseer una inteligencia superior a la del resto de las especies animales libera de alguna manera al hombre de las ataduras de la naturaleza, convirtiendo al acto moral en algo así como un evento de grado superior que parece emerger de entre los efluvios vaporosos del alma. No es extraño, por tanto, que los mismos defensores del argumento moral no puedan considerar la racionalidad de la conducta humana como un aspecto más surgido en el seno evolutivo de la naturaleza. Pero considerar al hombre como un ser especial que en su vertiente moral no está sujeto a las leyes de la naturaleza automáticamente invalida el argumento de la ley moral, ya que presupone un estado especial del hombre fruto de algún tipo de intervención divina cuya existencia es precisamente lo que se quiere demostrar.

En segundo lugar el uso de la palabra “ley” o “normas” para hablar de la clasificación moral de un determinado conjunto de acciones predispone al lector a admitir la existencia de un legislador. De la misma manera que los seguidores de la corriente creacionista del diseño inteligente cuando se refieren al “diseño” de estructuras biológicas están sugiriendo de entrada la existencia de un diseñador. El argumento adolece de una evidente simplificación antropomórfica. El comportamiento humano está sujeto a unas reglas de la misma manera que otros procesos de la naturaleza. ¿Debemos suponer entonces que la existencia de reglas que gobiernan todos los eventos que se producen en la naturaleza presuponen su dirección por parte de un ser superior? Si es así, no necesitamos seguir analizando el problema y el argumento moral podría considerarse superfluo: la existencia de leyes en la naturaleza demostraría automáticamente la existencia de un legislador externo a ella.

Bildergebnis für particulas elementalesEs evidente que los procesos químicos, físicos y biológicos se ajustan a unos criterios que posibilitan la existencia del Universo y la vida en la Tierra. Estas normas generales que subyacen en los eventos naturales han sido descubiertas por el hombre quien ha sido capaz de describirlas de manera matemática y las ha denominado leyes. Pero el que existan estas leyes no exige necesariamente la presencia de un legislador u organizador. Las normas se derivan de las características de las partes implicadas en el proceso y es así que el agua, en condiciones de presión normales, no podrá hacer otra cosa que evaporarse si el movimiento de algunas sus partículas es suficiente como para vencer la fuerza de tensión superficial que las mantiene unidas al resto, proceso que se acelerará a medida que aumente la temperatura. Y no puede ser de otra manera, es decir, que el agua, por ejemplo, en vez de evaporarse se congelara al alcanzar los cien grados centígrados.
En ningún caso estoy sugiriendo que el acto moral efluye de la mente humana de la misma manera determinista con la que se evaporan las partículas de agua a una temperatura particular, aunque hablaré de ello más adelante. Lo que intento explicar de momento es que de la existencia de reglas no tiene porqué inferirse la existencia de un regulador, y que estas se desprenden o emanan de las características de las partículas, moléculas o substancias que formen parte del proceso que estamos observando.
  
La objetividad de las acciones morales que clasificamos en buenas o malas según unos estándares que deberíamos definir como universales es uno de los pilares en el que sustenta el argumento. Pero el que exista un criterio objetivo o universal no significa necesariamente que su fundamentación deba encontrarse fuera del ámbito natural. Pondré como ejemplo un comportamiento que, sin ser moral, no deja de ser universal y es el rechazo de la coprofagia o coprofilia, es decir, a la ingesta de heces. Aunque entre algunas especies animales se puede observar esta práctica, existe una tendencia natural e instintiva a considerarla como algo desagradable, malo, que puede derivar en un peligro para la salud del organismo y es considerada una patología psíquica. Pero de la existencia de una calificación objetiva  de este comportamiento (aun sin pertenecer al ámbito de la moral) no se sigue el que haya un ser superior que lo legisle. Es la naturaleza y la evolución la que ha seleccionado el comportamiento aversivo y universal a ingerir las propias heces.

Uno de los problemas del argumento moral es rechazar el que la clasificación de las acciones en buenas y malas pueda provenir de una evolución del comportamiento social. Existe entre los filósofos una gran ignorancia con respecto a la naturaleza y su modo de actuar. En la naturaleza se seleccionan comportamientos cuando estos reportan una ventaja para la supervivencia de la población y se rechazan aquellos que suponen inestabilidad o peligro para la especie.

En las especies animales sociales el comportamiento de los individuos debe estar absolutamente reglamentado para que esa sociedad animal funcione, y esa reglamentación ha ido seleccionándose durante generaciones para obtener la mayor ventaja posible para la especie.

Quizás sea más fácil de entender este punto si intentamos definir lo que significa y en qué se distingue un acto bueno de uno malo. La bondad de una acción está directamente relacionada con la adquisición de una ventaja por la persona o grupo receptor de dicha acción. La maldad de un acto y su gravedad se podría entender en función de la supresión de una ventaja o la aparición de un dolor físico o moral. Dejando de lado los caprichos de algunas religiones que se han dedicado a construir en nombre de Dios un compendio de moralidad mediante prohibiciones difícilmente defendibles, existe un número reducido de actos moralmente malos y que se resumen en aquellos que producen un mal físico o moral. El dolor es algo objetivamente malo, rechazable y de lo que huimos de forma natural, entonces ¿por qué nos sorprende el que las acciones que conllevan o están dirigidas a producir ese dolor (asesinato, robo, tortura, violación etc…) puedan ser clasificadas como objetivamente malas? La empatía, la ayuda, el sentimiento de justicia que caracteriza a las acciones buenas reportan un bien de manera natural y se encuentran en la base de los comportamientos sociales de muchos animales. ¿Por qué nos sorprende entonces el que consideremos de manera general el altruismo, la ayuda a los demás, como un valor moral objetivamente bueno y el asesinato como un acto aborrecible?

Bildergebnis für chimpances colaborandoEl valor objetivo de las acciones que calificamos como buenas forman parte de la dinámica de cohesión de las sociedades. Según Frans de Vaals, especialista en comportamiento de primates, las tendencias afectivas, y que él define como los pilares de la moral o de la ética, son la empatía (compasión) y la reciprocidad (justicia) (en paréntesis la versión del término aplicable a la especie humana). Estas dos características se encuentran en la base del comportamiento social de muchos primates y no sólo en la especie humana. Existe, por tanto, una moral o ética objetiva, un acuerdo global sobre la bondad y maldad de las acciones que podemos encontrar reflejada en las leyes penales y civiles de la mayoría de países y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esta moral o ética objetiva salvaguarda el buen funcionamiento de las sociedades y su existencia no demuestra la de una fuente de moralidad, una ley superior externa a la naturaleza y que, además, exija la existencia de un ser superior legislador exterior a la naturaleza. 

Desde mi punto de vista, el argumento moral no es más que un truco de prestidigitador, el argumento de un ilusionista.