lunes, 24 de marzo de 2014

Las luchas del último Papa guerrero


El 7 de febrero de 1878 moría en Roma Giovanni Maria Mastai-Ferretti, quien había ascendido al trono de San Pedro con el nombre de Pio IX treinta y un años antes. Durante su pontificado, el más largo de la historia, afrontó la pérdida de los Estados Pontificios y la disminución del poder terrenal de la Iglesia a la que se opuso militarmente. Pero aparte de caracterizarse por ser el último Papa soberano que había utilizado un ejército para proteger su reino terrenal, el hoy declarado beato luchó también contra la revuelta ideológica del modernismo. En la encíclica Quanta cura (1864), Pio IX escribe a favor de la defensa del poder temporal de la Iglesia junto con la condena de los errores contra la doctrina moral. Con el Syllabus, o compendio de errores doctrinales que se incluyó como apéndice, el pontífice plantó cara a una sociedad que empezaba a dudar del origen divino del poder terrenal de la Iglesia y se encaró con los errores del modernismo. La respuesta ante la pérdida de los Estados Pontificios fue la fulminante excomunión del rey Victor Manuel II y la bula Non Expedit por la que se prohibía a los católicos italianos a participar en la vida política del país.


Estas dos vertientes de lucha que caracterizó el pontificado de Pio IX se puede encontrar en los documentos del concilio Vaticano I convocado por el Papa en 1864. En la declaración del dogma de la infalibilidad papal vemos un intento de fortalecer la figura y autoridad del sumo pontífice y en la constitución dogmática Dei Filius se concreta la lucha contra el racionalismo con uno de los dogmas que más me han llamado la atención: el que afirma la obligación de los católicos a creer que mediante el uso de la razón el hombre puede llegar al conocimiento de la existencia de Dios.
"Si alguno dijere que Dios vivo y verdadero, creador y Señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema."
Cc. Vaticano I: DS 3004; cf. 3026; Cc. Vaticano II, DV 6

Escribí en el capítulo anterior que el intento de racionalizar las creencias religiosas acabó en una dogmatización del método filosofíco-teológico desarrollado para servir a la defensa de la fe y que alcanzó su apogeo con la aparición de una de las mentes más brillantes del cristianismo, el dominico S. Tomás de Aquino (1225-1275). Según algunos pensadores, la obra de este hombre es la que se ha acercado de manera más convincente a la demostración de las realidades sobrenaturales y de la existencia de Dios y sobre sus razonamientos se fundamenta todavía hoy la mayor parte de la filosofía y teología oficial de la Iglesia Católica.

Resulta paradójico el que se erija como artículo de fe la posibilidad de la mente humana de alcanzar el conocimiento de la existencia de Dios. En este dogma se condensa, desde mi punto de vista, toda la problemática entre la razón y la fe y lo interpreto como una respuesta de la Iglesia, en un momento de acoso territorial y doctrinal, para blindar su método de defensa racional de la fe ni más ni menos que mediante... un artículo de fe.

 
Analicemos un poco más profundamente el dogma.

La constitución dogmática tiene dos interpretaciones posibles 1) se nos asegura que el hombre puede llegar a Dios mediante la razón pero eso no significa que lo haya conseguido o 2) que este reto se haya consumado y por eso debamos aceptarlo como  posible.

El actual arzobispo primado de Bélgica André-Joseph Léonard conocido teólogo católico que ha sido miembro de la Comisión Teológica Internacional, profesor de la Universidad Católica de Lovaina y que fue predicador personal del Papa Juan Pablo II, se inclina por la primera opción al escribir en su libro “Razones para creer”:
“El texto conciliar, citado anteriormente, dice solamente que “Dios puede ser conocido con certeza” por la razón natural. No pretende afirmar que ya lo es, ni tampoco que lo sea fácilmente, y aún menos que pueda ser “demostrado”, lo que implica más que ser conocido... En otras palabras, Dios puede ser conocido por la razón natural, pero tan difícilmente que sólo el recurso de la revelación sobrenatural puede fortalecer este conocimiento y preservarlo del error.
En este texto se deja abierta la posibilidad de que el dogma prevea con sentido profético la posibilidad del hombre de conocer a Dios, algo que todavía no habría conseguido. Por otra parte, y para salir al paso de las críticas, Léonard puntualiza que no es lo mismo conocer que demostrar y que lo último implica mucho más que lo primero. De esta manera intenta desligar al dogma de cualquier intento de demostración racional incluyendo las cinco vías del Aquinate a las que tacha de inválidas en su libro.

Creo que el lector estará de acuerdo si definimos conocer como la adquisición de una información (o verdad) mediante la experiencia o el uso de la capacidad racional, y demostrar como el razonar mediante el uso de una lógica válida que nos conduce a la existencia de una determinada verdad (o información). La demostración es simplemente un método para adquirir un conocimiento. Por tanto, no se puede hacer una distinción entre conocer y demostrar basada en grados de certeza al adquirir una información. Podemos obtener la misma certeza de la existencia del sol mediante el conocimiento empírico, es decir la observación directa, que por medio de un estudio demostrativo a partir de las leyes de rotación de los planetas.

Si nos fijamos atentamente, el texto del dogma nos dice que el método que la razón ha de seguir para lograr dicho conocimiento es a partir de las cosas creadas. Es decir, el dogma no sólo asegura que es posible dicho conocimiento sino que nos señala la manera de conseguirlo. Existen entonces dos posibilidades, o el texto quiere decir que podemos conocer a Dios de manera empírica mediante las criaturas, o que debemos utilizar la lógica para, a partir de las criaturas, llegar a su conocimiento mediante demostración. Como la primera opción parece bastante oscura e indefinida creo interpretar correctamente el dogma si lo que propone es un conocimiento al que se llega mediante un proceso de tipo demostrativo. Por otra parte, al señalar el sistema para alcanzar dicho conocimiento, deja entrever que ese método no es algo que descubriremos en el futuro (una de las opciones propuestas por Léonard) sino que es algo que ya se ha conseguido. El catecismo oficial de la Iglesia Católica identifica, sin lugar a dudas, el camino racional del hombre a Dios con las vías propuestas por la filosofía del Aquinate.  
31 Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también "pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de "argumentos convergentes y convincentes" que permiten llegar a verdaderas certezas. Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la persona humana.
32 El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo.
37 Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón
38 Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (ibid., DS 3876; cf. Cc Vaticano I: DS 3005; DV 6; S. Tomás de A., s.th. 1,1,1).
La teología de S. Tomás fue la que, sin ningún género de duda, tuvo presente la comisión del concilio Vaticano I encargada de redactar la definición dogmática. Ahora bien, si las vías de S. Tomás no fueran demostrativamente válidas ¿cuál sería esa lógica que, según el dogma, nos aseguraría el camino sin error desde las cosas hasta Dios?   

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