Se acerca la Navidad y, como todos los años, se repetirán las conductas adquiridas de siempre. Los que están en contra del cristianismo, defensores de un mal entendido laicismo, se cambiarán de acera y escupirán diciendo “lagarto, lagarto” si sus pasos le guían por casualidad cerca del lugar donde se ha instalado un belén; pondrán el grito en el cielo como posesos rociados con agua bendita cuando vean a un niño vestido de pastorcillo yendo a una representación del nacimiento de Jesús y les empezará a dar vueltas la cabeza si oyen cantar villancicos tradicionales por las calles. Ahora, eso sí, se cuidarán muy mucho de intentar eliminar los días de vacaciones y de rechazar suculentas cestas de navidad.
Habrá otros a quienes esta época, en la que se presume de una alegría tantas veces superficial, artificial y plastificada a la que nos anima al consumismo, les recordará sus años de infancia, sus ilusiones, sus anhelos de niño, ese tiempo en el que la maldad no había conseguido entrar aún en sus corazones, y se sentirán mal, se sentirán solos. Muchos de ellos -como tristemente es frecuente aquí en Alemania en estas fechas- se quitarán la vida con la intención de desprenderse así de la amargura que les encadena.
Otros, como Ebenezer Scrooge en el famoso cuento de Dickens seguirán trabajando sin parar y no cejarán en su empeño de fastidiar a los demás, de hacerles la vida imposible sin darse cuenta de que así también joden indefectiblemente la suya propia.
Algunos, la mayoría, intentaremos pasar este tiempo con la familia y la experiencia nos dice que hay que tener un cuidado especial para que el estrés de los regalos, comidas y fiestas (joder, hasta en lo que tenía que ser divertido aparece el indeseable caballero) no acabe dándole la vuelta a la tortilla. Es verdad, en esta época de vacaciones, como en la de verano, es cuando más parejas se rompen, será porque tenemos más tiempo para estar juntos y, aunque se dice que el roce hace el cariño, también parece que lo puede desgastar.
Algunos, la mayoría, intentaremos pasar este tiempo con la familia y la experiencia nos dice que hay que tener un cuidado especial para que el estrés de los regalos, comidas y fiestas (joder, hasta en lo que tenía que ser divertido aparece el indeseable caballero) no acabe dándole la vuelta a la tortilla. Es verdad, en esta época de vacaciones, como en la de verano, es cuando más parejas se rompen, será porque tenemos más tiempo para estar juntos y, aunque se dice que el roce hace el cariño, también parece que lo puede desgastar.
¿Sabéis cuál es el regalo que me gustaría recibir y regalar este año? El amor de mi mujer, el de mis hijos y el de mis amigos, el sentirme seguro y querido en mi familia y ver a todo el mundo contento. El hacer la vida un poco más agradable a los demás. Ese es el regalo más preciado, también el que más cuesta conseguir y que no se puede comprar con dinero. Es lo que nos vamos a regalar mi mujer y yo este año. Voy a intentar conseguirlo para los míos y, si la vida hace que nos crucemos, para ti también.
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!
Os dejo con Raphael y su tambor (pronunciado Rapael, por supuesto)