miércoles, 13 de agosto de 2008

Reencuentro

Ha sido un encuentro agradable, planeado y muy esperado. Después de haber estudiado hasta 8° de E.G.B. juntos y de casi treinta años sin vernos, este verano nos volvimos a encontrar mi viejo amigo Pedro y yo en Ratisbona. Y lo celebramos con un par de Weizen (y no sólo dos, que algunas más cayeron).

domingo, 3 de agosto de 2008

El faro


Está sentado delante de mí, mirándome fijamente pero sin verme. Un mechón de su cabello cano le descansa sobre la frente. La boca cerrada, el mentón rígido y fuerte, enseñándome ese hoyuelo descarado y joven con el que tantas veces me ha dirigido guiños inconscientes. Los brazos le reposan paralelos sobre su sillón de lecturas preferido. Estoy sentada frente a él y mientras descanso mi pluma, le contemplo admirada y le mando mensajes telepáticos que comprende, estoy segura, aunque no me conteste. No pude acabarse así, de golpe, ese entendimiento mutuo del que estamos tan orgullosos. Cuando me comunicaron el diagnóstico, hace ahora año y medio, no lo acepté y sigo sin hacerlo. Me dijeron que esta enfermedad tenía un lado bueno: a partir de un determinado momento el paciente no se da cuenta de su situación y, según dicen, eso evita padecimientos. Los únicos que sufren son los familiares que ven al enfermo consumirse lentamente, sin advertirlo. Pero yo creo que se equivocan. No es posible que el intelecto de un hombre como el de mi marido se haya apagado de manera tan simple. Puede que haya decidido no comunicarse con el mundo que le rodea, o que esté sumido en un proceso mental que requiere toda su atención y que sea causante de su catalepsia. Ni siquiera creo que el diagnóstico sea del todo correcto. Al fin y al cabo, no es posible hoy en día la diagnosis segura de esta enfermedad sin un análisis post mortem. Por cierto, los amigos y el resto de la familia así lo consideran ya: muerto. Cuando me ven por la calle me saludan deprisa, con una sonrisa estúpida de conmiseración; jamás me preguntan por él porque saben que no hay remedio, y si lo hacen es para acercarse como buitres, dispuestos a lanzarse sobre la carroña de mi cuerpo cansado que todavía les parece apetecible. Pero él sigue ahí, con la vista fija, respirando pausadamente, en su mundo, como si ya nada le pudiese alterar.

El día en que dejó de comunicarse verbalmente nos encontrábamos en nuestra residencia del faro, a treinta metros de altura y rodeados de mar. Esa fue la última vez que me dirigió la palabra, antes de volver su cabeza y mirar para siempre hacia el horizonte marino. Probablemente aún tenga esa visión presente y no quiera evitarla o no pueda. Sabe que estoy escribiendo sobre él y por qué, y creo adivinar un brillo especial en sus ojos cuando me detengo a contemplarle para intentar describir mejor sus facciones. Al recorrer su rostro con mi mirada recuerdo tantos sufrimientos y alegrías compartidas y me parece mentira el tiempo que ha pasado desde el día que lo vi por primera vez. Me he sentado delante de estas cuartillas para reflexionar, para hacerme una pregunta que ya me formularon en su día pero que contestaré de nuevo hoy y que a partir de ahora tendrá como testigos a todos aquellos que las lean:

¡Sí, quiero! y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas y ahora en la enfermedad, y amarte y respetarle todos y cada uno de los días de mi vida.

Jose A.

viernes, 1 de agosto de 2008

A la conquista de China

En estas Olimpiadas vamos a por ellos, como hemos hecho este año ya tantas veces. De momento ya tenemos algún aliado dentro para animarnos.