viernes, 25 de abril de 2008

Hoy estoy triste

Porque una persona de mi familia, a la que todos queremos mucho, se está apagando poco a poco. Se me vienen estos días los recuerdos de mi niñez junto a ella y pasan por mi mente como caballos raudos dejando un poso de agradecimiento por haberla conocido y de tristeza de estar perdiéndola. Ha llegado su momento, ese que no pasará de largo para nadie y con el que tendremos que lidiar todos. Lo malo es que se da cuenta y, como ya le pasó a su marido -mi abuelo-, no se quiere ir. Cuando pienso en lo que está sucediendo tengo la sensación de que se detiene el tiempo, miro alrededor y descubro la futilidad de muchas cosas en la vida. Es verdad, hay dos situaciones en la vida de una persona en los que parece que el cosmos se detenga -o por lo menos aminore su velocidad- en el alocado viaje que hace por el tiempo. Esos dos momentos son el nacimiento y la muerte, y tiene sentido esa ralentización que palpo a mi alrededor porque esos instantes son los más importantes en nuestras vidas, los que marcan los límites en el tiempo de nuestra existencia en la tierra. El lunes pasado tuve la suerte de estar en el cumpleaños de un amigo que es vocal de una banda y tocaron para unos pocos invitados canciones de toda la vida. Cuando llegó el turno de Bob Marley y su "No, Woman, no cry" me acordé de ella y pensé -como dice Marley en su canción-: "No, mujer, no llores.... todo va a salir bien".


martes, 22 de abril de 2008

¡Buen provecho!

El sábado pasado hizo mi hijo Javier la Primera Comunión. Como estaba enfermo, pasó las de Caín, el pobre. Yo sufrí viendo como padecía en uno de los días que debían haber sido de los más felices de su vida. Por la noche mi hijo Lukas, que tiene tres años, puso la nota de humor que nos devolvió la alegría. Como estábamos muy espirituales con lo de la Primera Comunión y eso, por la noche y cuando fui a acostarlo junto a su hermano David, rezamos el “Angel de mi Guarda”, oración que aprendí de labios de mi madre y que no sólo sigo rezando sino que la he pasado a mis retoños en un acto de “transmisión de la herencia genética espiritual”. Pues en eso andábamos cuando me pregunta Lukas que donde está el Angel de la Guarda. David, desde la cama de arriba de la litera le intenta explicar que el ente espiritual incorporal sin "cuelpo palpable" se encuentra en muchos sitios, rodeándonos por arriba y por abajo, que está delante y detrás nuestro… y a eso que salta Lukas y nos contesta: “sí, lo entiendo, por ejemplo, también en …mi barriga!”. No pudimos parar de reírnos durante un rato imaginando que Lukas…¡se había comido a su Angel!
¡Ah, la inocencia de los niños!

Y para los que no creen en el Angel de la Guarda que le echen un vistazo a esto :-)

miércoles, 16 de abril de 2008

NO TENGO TIEMPO

Por fin cuelgo el escrito que me dio un accésit el pasado año en el Concurso de Relato Breve convocado por el Colegio Oficial de Doctores y Licenciados de Murcia.


Para Susanne,
con la esperanza de que, aunque sea en el futuro,
tenga tiempo de escribir todo lo que se nos ocurra.


Me llamo Javier Hidalgo, y doy fe de que el texto que les muestro a continuación, lo encontré en el escritorio intacto de nuestra casa de verano y el mismo día en que denunciamos la desaparición de nuestro hijo Juan José. El escrito está inconcluso y nada ha sido suprimido o añadido. Confío en que su lectura e interpretación sean útiles en las investigaciones policiales que se efectúan en la actualidad y sirvan para encontrar sano y salvo a nuestro querido hijo.


“No tengo tiempo. Lo que voy a escribir ahora quizá parezca inverosímil, pero me dispongo a relatarlo antes de que sea demasiado tarde. Me llamo Juan José Hidalgo y estoy enfermo. Estoy enfermo aunque parezca sano y nadie haya sabido o podido diagnosticar mi enfermedad. En mi texto, rápido y desordenado, intentaré detallar al máximo los síntomas que padezco, el autoanálisis al que me he sometido rigurosamente durante los últimos meses y las conclusiones a las que he llegado después de días de estudio y noches de insomnio. Espero que algún día mi caso sea de interés para la comunidad científica o, al menos, y esto es lo que más me importa, alivio o consuelo para otros en mi situación.

Todo comenzó hace aproximadamente un año. El sábado 19 de marzo salí a cenar con unos amigos para celebrar mi trigésimo segundo cumpleaños. Esa noche me sentí mal, lo atribuí a los efectos del tequila después de haber disfrutado de una copiosa comida mejicana. El domingo lo pasé en casa, preparando una conferencia que debía impartir al día siguiente en una conocida universidad española y donde disfrutaba de un año sabático. No quiero desvelar su nombre para no empañar el merecido prestigio que ha conseguido su clínico; al fin y al cabo, un caso como el mío -ahora lo sé- es de difícil diagnóstico y si existen más enfermos como yo, estoy seguro de que se encontrarán internados en centros de salud mental y sus historias clínicas habrán sido archivadas como ya lo ha sido la mía. Mi conferencia versó sobre un tema médico de gran interés en nuestros días pero que ha perdido para mí todo su atractivo. Durante la conferencia, un estudiante era el encargado de mostrar, previo aviso, las diapositivas que acompañaban a la explicación. La exposición de cada imagen duraba de dos a tres minutos. En un determinado momento, transcurrido ya la mitad del tiempo que me había previsto utilizar, solicité la siguiente diapositiva. Me sorprendió encontrarme frente a un esquema que debía mostrarse justo a continuación de la imagen esperada. Pensé que había cometido un error en el orden de mi exposición y pedí, por favor, que se avanzara en la búsqueda de la diapositiva perdida. El siguiente hecho me sorprendió todavía más: el comprobar que la imagen había sido ya proyectada. Lo que acabó por desorientarme totalmente fue el saber, por medio de la audiencia, que el texto que glosaba dicha imagen había sido el último que había comentado. No me encontraba bien. Lo hice saber al público y pedí su comprensión y un pequeño descanso antes de seguir con mi exposición.

Durante el almuerzo que me fue ofrecido a continuación, comenté el hecho con los profesores que me acompañaban. Me aconsejaron que visitara al Dr. Tello, eminente neurólogo que podría reconocerme y, con toda seguridad, darme una explicación sobre lo que consideraban un cuadro amnésico provocado por el estrés. Demoré esa visita porque, para ser sincero, me horrorizaba el pensamiento de que el reconocimiento revelara algo peor que algún tipo de agotamiento mental. Decidí observarme con la esperanza de no pasar por una situación parecida en el futuro.

La semana transcurrió tranquila pero el viernes 25 ocurrió otro hecho que me decidió acudir a la consulta del Dr. Tello: Todas las mañanas la secretaria del departamento hacía su ronda habitual repartiendo el correo. Ese día eché en falta la costumbre porque esperaba una carta certificada urgente. Llamé a secretaría y pregunté si habían recibido correo para mí. La respuesta me produjo el mismo vértigo que había experimentado durante la conferencia. Hacía exactamente cinco minutos que me habían entregado la correspondencia personalmente y de hecho allí estaba: en un rincón de la mesa, semioculta entre el resto de mis papeles. El reconocimiento médico, aparte de aterrorizarme, no mostró mal de ningún tipo y el consejo del facultativo fue que me retirara a descansar durante un tiempo, tan lejos del trabajo habitual como pudiese y evitando cualquier esfuerzo que pusiera en peligro mi estabilidad psíquica. Dicho y hecho: al día siguiente tomé un vuelo hacia la costa mediterránea donde, durante el verano, solía pasar las vacaciones con mis padres.

Uno tiene la sensación de estar haciendo novillos, incluso tratándose de un reposo justificado, cuando la mayoría de ciudadanos continúan en sus puestos afanados en las tareas habituales. Con esta sensación dedicaba mis mañanas y mis tardes a caminar grandes distancias por la orilla del mar, pensando o, simplemente, mirando y escuchando. Por las noches disfrutaba del placer de la lectura y en ello me entretenía hasta la madrugada. En la noche, pasaban las horas lentas hasta que se me confundían en uno los sonidos de los grillos, del alcaraván y del mar.
Mi pensamiento, como es lógico, me llevaba de vuelta una y otra vez a las extrañas situaciones que me habían acontecido. Sabía de la existencia de enfermos de amnesia, que no recuerdan momentos vividos; pero mi caso era distinto: yo no me daba cuenta de algo a la vez que ocurría, estando consciente y disfrutando de plenas facultades mentales. Y lo que encuentro más asombroso es que los que me rodeaban en esos momentos no percibieran nada extraño. Había elaborado ya diversas teorías para explicar lo que me sucedía: podría estar sufriendo ataques sobre mi memoria reciente, de manera que me fuera imposible recordar lo que acabara de ocurrir. Podría también suceder que en esos momentos estuviera actuando inconscientemente, y esto me preocupaba más, al recordar esos casos de asesinato en los que el acusado argüía en su defensa el típico estado de inconsciencia transitorio. En cualquier caso, en mi memoria no había registro de esos instantes en los que me había perdido entre los vericuetos del presente y de lo vivido. Quizá el olvido no me dejó constancia de esos momentos y me los quitó apresuradamente, antes de tiempo, mucho antes de cuando viene a llevarse la parte de memoria que le corresponde necesariamente. En estos trabajos me hallaba cuando ocurrió lo definitivo, la luz que me iluminó para conocer mi desdicha, para olvidar todo lo que consideraba hasta ese entonces importante y que cambiaría el rumbo de mi vida. El 3 de junio salí a pasear temprano, como hacía cada mañana; pero ese día llevé conmigo una cámara de vídeo con la que filmé el sol del amanecer, el mar y sus olas, las nubes y las gaviotas que regresaban tras haber pasado la noche mar adentro. Filmé las piedras diminutas y multitud de insectos que corrían apresuradamente buscando un refugio donde guarecerse de los calores del día. Dejé que mi cámara recogiera los colores, formas y tamaños de un sinnúmero de plantas y, entre ellas, me llamó la atención una flor. Mientras filmaba, abría ella sus pétalos a la vez que giraba lentamente en dirección al este, dándole la bienvenida al sol. De vuelta en casa quise observar una vez más el rutinario prodigio de la naturaleza al que había asistido esa mañana. La televisión me mostró todo lo que había grabado minuciosamente al amanecer más cinco lentos minutos en los que una flor cerrada se movía sólo agitada por la brisa. Se me aceleró el pulso y, con mi mano temblorosa, utilicé el mando a distancia para retroceder una y otra vez sobre la imagen, hasta acabar convencido de que ese día había sido testigo de movimientos de la naturaleza habitualmente imperceptibles. Desde entonces me he sometido a pruebas diversas y he consultado médicos que, invariablemente, me aconsejan tranquilizantes y más reposo.
No se admite mi diagnóstico, y no tengo manera de demostrar al resto de la humanidad que yo, Juan José Hidalgo, estoy enfermo de tiempo. Desde entonces, los ataques en los que mi tiempo particular se acelera con respecto al universal (si el concepto de este último realmente existe) se me han repetido con frecuencia y han ido lentamente incrementando su duración. Soy consciente, por tanto, de que mi vida se acorta rápida e irreversiblemente. Ahora, con la tranquilidad que me proporciona el conocimiento y la aceptación de la desgracia y con el ánimo de poder ayudar a otros, quiero exponer la serie de experimentos que me han ayudado a analizar mejor este terrible hecho. En primer lugar decidí dedicar todo mi esfuerzo...”

Ratisbona, 4 de julio de 1999

martes, 15 de abril de 2008

Sed

Va a perpetrar el recién instituido gobierno una fechoría de la que ya estábamos avisados. Va a hacer una obra de misericordia pero al revés. Le va dar de beber al rico sediento de Barcelona y dejar deshidratarse a los más sedientos y más pobres, a los que se les muere la tierra por falta de agua. Va a resolver el problema que tienen los catalanes en Barcelona ciudad y pasar por alto la trágica situación de la huerta de Murcia y del Levante español. Dicen que van a hacer un mini trasvase puntual, es decir, no un trasvase permanente, vamos, que ni siquiera se le puede llamar trasvase, más bien un "aporte puntual de agua", para no caer en contradicciones con lo que prometió el presidente ante 150.000 aragoneses en Zaragoza antes de las elecciones: “no habrá trasvase del Ebro mientras yo sea presidente”.

Me pregunto porqué este presidente y este gobierno, que se jacta de ser socialista, no pone su mirada en esa pobre tierra levantina que se resquebraja y rompe en pedazos. Hace cuatro años, el Gobierno del PSOE derogó el trasvase del Ebro a la Comunidad Valenciana y ahora, ¿por qué es tan importante Barcelona? ¿por qué esa discriminación tan impudorosa? ¿Tienen los catalanes cogido a Zapatero por los cataplines y no lo soltarán hasta que les resuelva el problema del agua? o ¿se trata de hacer la puñeta y castigar a Valencia y a Murcia, importantes feudos del PP?

La verdad es que es muy difícil creer a los políticos, pero se me hace imposible creer en un Zapatero que un día promete una cosa y al día siguiente hace la contraria acompañando sus actuaciones con juegos de predisgitador para contentar a unos y otros y con los equilibrios semánticos de la jauría de voces de su gobierno intentando salvarle los muebles: no sería lo mismo un trasvase del Segre -un afluente del Ebro- que del mismo Ebro. No es lo mismo un trasvase que un "aporte puntual de agua". No, no “e’lo mimmo pero e’iguá”.

Me resulta extraño que la única voz de protesta que se ha oído haya sido la del presidente de la Comunidad Valenciana. ¿Es que ha perdido la gente la capacidad de patalear? ¿Por que no desembarcan Valcárcel y Camps en Madrid acompañados por unos cuantos miles de agricultores a explicarle a Zapatero y a su manada de gobernantas que el Levante se muere?

He oído también que existe la posibilidad de un trasporte de agua por mar desde la desalinizadora de Carboneras (Almeria) hasta Barcelona.

¿Quién se anima a fletar un barco pirata para interceptar, abordar, y distribuir equitativamente el tesoro del agua entre los más desfavorecidos?
Zapatero: ¡agua pa' mi limonero!

jueves, 3 de abril de 2008

Preguntas transcendentales

que me he encontrado navegando por internet.

1. ¿Por qué todos los personajes de Disney llevan guantes blancos y sólo tienen cuatro dedos? ¿Es acaso un mensaje subliminal que confirma la vida extraterrestre?

2. ¿Por qué los archi-villanos quieren destruir el universo? ¿Dónde carajo piensan vivir después?

3. ¿Por qué al Increíble Hulk se le rompe toda su ropa excepto los pantalones? ¿Son elásticos? ¿O es que tiene el pájaro chiquitito?

4. ¿Por qué Caperucita Roja tuvo que pedir tantas pistas para darse cuenta que su abuela era en realidad el Lobo?. ¿Sería retrasada mental o era miope la niña ?

5. ¿No creen que la Pantera Rosa fue la primera expresión de la cultura gay, que se transmitió masivamente?. La Pantera Rosa.. ¿era él o ella? ¿Se habría operado o no? ¿Por qué siempre andaba desnuda y no se le veía nada?

6. ¿Que clase de sustancia psicotrópica toman los siete enanitos, para que después de 20 horas de trabajo salgan de la mina cantando, bailando y felices?

7. ¿Por qué Superman, Batman y todos en la Liga de la Justicia llevaban los calzoncillos encima de los pantalones?

8. ¿Por qué el Coyote, si tenía dinero para Comprar miles de porquerias ACME para atrapar al correcaminos, nunca se compró un pollito asado con papitas fritas y una Coca?

9. ¿Como Twetty puede mantener el equilibrio en su MALDITO columpio con esa tremenda cabezota?

miércoles, 2 de abril de 2008

El dolor de los niños - I

Ayer hablé de la risa, hoy voy a hacerlo sobre el sufrimiento de los niños. Hay varias clases de dolor que, como cualquier persona, puede sentir un niño: el físico o psíquico producido por enfermedades, accidentes o situaciones involuntarias y el que se les provoca a propósito, a mala leche y del que tendremos ocasión de hablar en el futuro. Siendo padre de cuatro hijos, los he visto sufrir en algunas ocasiones debido a enfermedades o alguna que otra intervención quirúrgica, y aunque no fuera nada del otro mundo, en esos momentos he pensado mucho acerca de porqué el sufrimiento esté también reservado para los niños: esas criaturillas inocentes e indefensas que nos hacen perder el sueño durante los primeros meses de sus vidas y que cuando, con unas ojeras hasta el suelo y presos de una locura infanticida estamos a punto de tirarlos por la ventana, empiezan a sonreír por primera vez, haciendo que se nos suelte la babilla y se nos licue el trasero y adquiera las características de un conocido refresco comercial (paráfrasis de: “se nos hace el culo pepsicola”) a la vez que emitimos ruidillos de complacencia ininteligibles y los apretamos fuerte contra nuestro pecho. Sin duda una estrategia de la evolución que ha servido para evitar la extinción, por insomnio e infanticidio, de la especie humana.

Muchas veces he pensado si no hubiera sido mejor el no haber engendrado hijos. Sí, lo he pensado en serio, pero al contrario de otros que no procrean para ahorrarse los “sufrimientos” que conlleva el cuidado de la prole, yo no los hubiera tenido para de esta manera evitarles el sufrimiento que irremediablemente acompañará sus vidas. Tengo que decir que aún no he encontrado una respuesta a esta pregunta. De momento me conformo y me entretengo dándole vueltas a la idea de que los hijos puede ser necesarios objetos y producto del amor en la relación entre un hombre y una mujer; que sean el centro donde se proyecta el futuro de una pareja, se consolide el matrimonio y adquiera pleno sentido la condición sexuada del hombre en su vertiente no solamente biológica sino también psíquica.

Hay una pregunta clave en esta argumentación: ¿Quién no sería capaz de dar la vida por un hijo? Aunque pudiera explicarse este sacrificio último en clave evolutiva como una acción en beneficio de la especie, a excepción de los mecanismos de defensa de los progenitores ante un ataque a la camada, no es habitual en la naturaleza el que un individuo esté dispuesto a morir por otro. El hecho de que pueda existir algo fuera de nosotros mismos capaz de producir esa reacción tan absoluta de preferirlo más que a nuestra vida lo hace ya digno de existir o, por lo menos, de que su existencia fuera deseable y buena.

Es algo similar a lo que nos pasó cuando nos enamoramos del que es ahora nuestro cónyuge y, aunque hayan pasado años desde que nos matrimoniamos y se haya sufrido las de Caín y jurado y perjurado que no lo volveríamos a hacer, seguimos pensando: “es una suerte que existas”. Nuestro amor hacia ese ser amable y amante nos haría capaces de ese acto definitivo tan contrario al egoísmo como es el dar la propia vida, nos haría capaces de darlo todo desinteresadamente y, por tanto, mucho mejores “pelsonas humanas”.

De nuestros hijos también podemos decir: “es bueno que existas” y, lo sorprendente es que a diferencia de lo que ocurre con la parienta o el maromo que se nos tienen que aparecer, a la existencia de los hijos sí podemos contribuir activamente. Podemos traerlos a este mundo aunque ello les comporte la posibilidad del sufrimiento al que estamos ligados irremediablemente.

Y para aquellos a los que todavía no les han llegado….